Museo del Alfeñique: pasado y costumbres

*Con su arquitectura barroca, con elementos del Al-Andalús español y  churrigueresco, se trata del primer museo de la Puebla virreinal

Anselmo Betancourt

Puebla, Pue.- El Museo del Alfeñique porta la estrella de ser el primer museo que abrió sus puertas en la capital poblana un 5 de mayo de 1926.

La riqueza cultural del estado permitió que, aun fuera de la capital del país, se inaugurara el recinto que alberga un gran número de obras de arte y objetos relacionados con la historia de Puebla.

Siendo una de las edificaciones más antiguas y representativas de la ciudad, existen muchas leyendas a su alrededor, casi ninguna comprobable, aunque todas ellas interesantes y que le han dado al lugar ese toque cotidiano tan característico.

La edificación, con su denominación actual, está fechada así desde 1790, como casa habitación. En 1890 pasó a ser casa de beneficencia y en 1896 fue donada al Gobierno del estado.

El edificio narra la historia de Puebla, su arquitectura es evidentemente barroca, pero no se pueden dejar de lado los elementos del Al-Andalús español y, por supuesto, del churrigueresco. En todo el museo, pero sobre todo en los detalles, queda plasmada la evidencia de la Colonia y del mestizaje de nuestro país.

Los historiadores coinciden que el primer museo público fue el Museo Ashmolean, en Inglaterra, abierto en 1683. Ahí se exhibían las piezas donadas por el científico Elías Ashmole, donadas a la Universidad de Oxford. A partir de ahí, países como Inglaterra, Italia, Francia y Alemania empezaron a abrir museos públicos.

Tal idea llegó al México Colonial y así se fundó en 1790 el Museo de Historia Natural, siendo apenas un gabinete de historia, pero ya con una colección de flora y fauna de la región.

El Museo del Alfeñique debe su nombre a ese dulce típico que todavía se puede encontrar en algunas dulcerías de la ciudad. En la tradición judía, a los niños o jóvenes estudiantes se les pone en su mesa de estudio un tarrito con miel, y a cada fragmento de la palabra de Dios se le da un poquito de miel en la boca, para que identifiquen la dulzura de la miel con la dulzura de la palabra divina. A los poblanos nos dieron un alfeñique, para relacionar ese sabor tan característico, con nuestra historia.

En contraesquina con el típico “El Parían”, en el pasado el primer piso era considerado para locales que se ponían en renta: carpintería, ferretería, herrería y hasta una pulquería llamada “El Rey Tepalcatzin”.

La historia del Alfeñique va entremezclada con leyendas y costumbres que se arraigaron en la sociedad mexicana, como el “aguas aguas”, el caballerismo y hasta el mote de la llamada clase alta.

En la época se carecía de drenajes y desde una bacinica hecha de porcelana, cristal cortado o talavera, se lanzaban los desechos a la calle  y los dueños solo tenían que abrir el balón y gritar ¡aguas!.  De ahí se desprende aquella frase célebre entre los mexicanos.

De aquí también se dice que nace la caballerosidad del hombre, pues colocar a la mujer del lado de la pared al caminar era para evitar algún incidente por esta costumbre que llegó desde Europa a la capital poblana.

El tercer piso del edificio era donde toda la familia se reunía. De hecho, de esta condición surgió la frase “clase alta”, por el estatus económico y la posición de la casa por encima de las demás.

Para todo mundo la palabra o la idea de museo es algo común y corriente. Un paseante es lo primero que se encuentra en las guías de viajes o en las recomendaciones de los destinos turísticos mundiales.

Sin embargo, el concepto de museo, como lo conocemos actualmente, es bastante joven. Aunque algunos historiadores lo sitúan en el siglo V a.C., no son más que especulaciones. El afán adquisitivo, de propiedad y de colección lo ha tenido el hombre desde que es hombre.

Para quienes amamos a esta ciudad, sabemos que toda Puebla es un Museo, y esta: una de sus piezas más hermosas.

 

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